viernes, 29 de abril de 2011

Una Vacuna Contra el Bullying

La autoestima es un tema de gran interés no sólo para psicólogos y educadores sino también para los padres y las madres, puesto que se ha encontrado que una baja autoestima genera problemas como depresión, anorexia, tristeza, y además de eso   convierte a nuestros hijos para ser  en blanco perfecto para ser víctimas de bullying, acoso escolar, manoteo.

Cuando nuestros hijos tienen fundamentos en los que se hayan potencializado aspectos como su autoestima , su desarrollo, aprendizaje y buenas relaciones  con los demás y lo más importante: la construcción de la felicidad en su vida, que es el componente más importante y por el que todos los padres luchamos para que nuestros hijos la encuentren; la vida y su camino por ella le será más fácil.

Pero esta autoestima , su desarrollo y su potencia en la personalidad de nuestros hijos no es arte de magia, se trabaja y se fomenta a través de seguida dedicación que comienza en el hogar, con buenas y efectivas comunicaciones con nuestros hijos. Ya que si estos factores no se desarrollan en nuestros hijos seguramente no la obtendrán. En cambio si un niño adquiere durante su proceso de crecimiento una buena autoestima se sentirá seguro y competente, valioso frente a quienes lo rodean.
Algunos expertos afirman que una baja autoestima puede llevar a una persona a tener estos problemas, mientras que una buena autoestima puede hacer con que una persona tenga confianza en sus capacidades no se deje manipular por los demás, sea más sensible a las necesidades del otro, y entre otras cosas, que esté dispuesto a defender sus principios y valores.

Lo ideal sería que los padres no nos preocupáramos solamente en mantener una buena salud física de nuestros hijos, sino que también nos interesáramos por su salud emocional. La autoestima es una pieza fundamental en la construcción de una efectiva infancia y adolescencia.
Encontramos muchas definiciones de la autoestima  pero la que más indicada
nos parece es aquella que se define como la conciencia de una persona de su propio valor, el punto más alto de lo que somos y de nuestras responsabilidades, con determinados aspectos buenos y otros mejorables, y la sensación gratificante de querernos y aceptarnos como somos por nosotros mismos y hacia nuestras relaciones. Es nuestro espejo real, el cual nos enseña, qué habilidades tenemos, a través de nuestras experiencias y expectativas. Es el resultado de la relación entre el temperamento del niño y el ambiente en el que éste se desarrolla.
Un niño con alta autoestima sabrá que es importante aprender, y no se sentirá disminuido cuando necesite de ayuda, puesto que no le dará miedo buscarla ni pedirla. También  será responsable, se comunicará con fluidez, y se relacionará con los demás de una forma adecuada. Al contrario, el niño con una baja autoestima no confiará en sus propias posibilidades ni de las de los demás. Se sentirá inferior frente a otras personas, y por lo tanto se comportará de una forma más tímida, más crítica, con poca creatividad, lo que en muchos casos le podrá llevar a desarrollar conductas agresivas, y a alejarse de sus compañeros y familiares. Factores que son blanco fácil para que sea bulleado o agredido por los matones de su clase, y es aquí donde nosotros como padres jugamos un papel decisivo puesto que no debemos permitir que una situación desencadene en la otra ya que estaríamos en un problema terriblemente grave.

Los niños con baja autoestima necesariamente no presentan un bajo rendimiento académico ni tampoco problemas de relación con sus compañeros, mientras que los agresores suelen ser malos estudiantes con un bajo rendimiento escolar y muestran actitudes desfavorables hacia su colegio, el profesorado y los estudios.
Cabe anotar que aquellos adolescentes y jóvenes agresivos son altamente competentes en el ámbito social , ya que ellos tienen alta confianza en sí mismos y así se perciben; una posible explicación  a este hecho puede ser  que los adolescentes agresivos son en numerosas ocasiones figuras importantes en su grupo de iguales, e incluso, populares y queridos entre sus compañeros, lo que les hace disfrutar de ciertos beneficios sociales que se reflejan en su bienestar tanto emocional como social.

Finalmente, el grupo de agresores/víctimas es el que presenta un cuadro más negativo: por un lado, se valoran más negativamente que los agresores en las dimensiones social y emocional de la autoestima y, por otro, se valoran más negativamente que las víctimas en los ámbitos familiar y social de la autoestima.
La autoestima se construye y potencia en  el colegio, la familia y el grupo con el que se relacionan los jóvenes. También sabemos que la mejor forma de lograr que los adolescentes convivan pacíficamente y sean felices, es contar con ambientes en los que encuentren una verdadera comprensión y apoyo. Estas ideas son las claves para que los psicólogos que trabajan en los centros educativos y con familias, promuevan programas cuyo objetivo prioritario sea el potenciar y mejorar las relaciones profesor-alumno y padres-hijo. Aquí está la verdadera esencia de la intervención socio-familiar y el fundamento para lograr una mejor convivencia entre nuestros jóvenes.

El desarrollo de la autoestima es un espacio que no debe ser ignorado por los padres ni por los profesores, debemos estar siempre atentos y al lado de los estadios emocionales de nuestros hijos.

Te invitamos a que durante la etapa comprendida desde el nacimiento hasta la adolescencia  trabajes en desarrollar su autoestima , todos los avances que logres en esta etapa recogerán sus frutos para incrementar la  autoestima de tu hijo.

jueves, 28 de abril de 2011

“ Nueva Organización Lucha Contra el Abuso Sexual Infantil”

‎"Rompe el Silencio"y " así nunca mas", dos organizaciones juntas, colaborando para forjar un mundo sin abuso sexual infantil.

“Rompe el Silencio” llegó para quedarse. Con la experiencia e integridad periodística y expertos en psicología, formamos el equipo ideal para traer a ésta comunidad la red de apoyo para víctimas de abuso sexual infantil.
            A diferencia de otras organizaciones, nuestro esfuerzo pretende unir a estas víctimas, creando un espacio donde podrán compartir sus vivencias, y como han logrado sobreponerse ante la crisis emocional.   
             En una época donde los medios sociales imperan. Nos unimos  al movimiento con una idea creativa, al desempeñar un periodismo innovador que irá más allá de reportar la verdad.
            Estamos convencidos que la creatividad es el mejor negocio para periodistas y los medios de comunicación,” dice Elizabeth Suárez, fundadora de Rompe El Silencio. 
            Además de investigar y contar historias, intentáremos unir, abogar, y alertar a la comunidad sobre éste mal social que, de una forma u otra, afecta a todos los que integramos esta sociedad.
            Proponemos una tarde rompiendo el silencio para víctimas y periodistas. Si fuiste víctima podrás escuchar historias semejantes a la tuya, y ser escuchada, si decides contar tú experiencia. Si eres periodista, podrás encontrar algo más que tu nota del día.
            “Existimos para perseguir y desengranar el por qué de los porqués, decantando en el ejercicio de un mejor periodismo,” dice Suárez, periodista y psicóloga.
            Según Paz y Esperanza Internacional, las consecuencias del abuso sexual infantil son desgarradoras, causando un impacto que perdura hasta la edad adulta. Tanto así que en 1962, los expertos nombraron este problema “El Síndrome del Niño Abusado”, el cual explica los efectos negativos del abuso: mala salud física y emocional, inhabilidad para aprender, baja estima personal, y pensamientos suicidas que, en algunos casos son ejecutados.
            Las estadísticas son alarmantes. Aunque la cifra exacta de niños abusados sexualmente es difícil de encontrar, las Naciones Unidas estima que 275 millones de niños alrededor del mundo sufren algún tipo de violencia, incluyendo sexual.  Al menos 40 millones de ellos tienen menos de quince años. En los Estados Unidos en el 2009, aproximadamente 1.5 millones de niños fueron abusados, y 1,770 murieron a causa del abuso a que fueron sometidos. Además, América Latina reporta uno de los índices más alto de abuso contra niños y mujeres, según las Naciones Unidas. Esta misma fuente sugiere que en esta región, el abuso infantil queda impune por no ser reportado. No obstante, el abuso contra niños en cualquier parte del mundo ocurre en todas las esferas sociales.
            “Rompe el Silencio” se compromete a colaborar intensamente para aliviar estas estadísticas. Una vez fomentada en los Estados Unidos, la organización intentará expandirse a América Latina. 
           
Creemos que todo periodismo es de investigación y los periodistas estamos en la obligación con las fuentes, la audiencia, y la información. Con rigor desterramos la práctica superficial,” añade Suárez.


Ni un niño mas, juntos hacemos la diferencia. Cero tolerancia a los pederastas.

La red hispanoamericana contra el abuso sexual infantil y así nunca mas apoyan e impulsan las iniciativas de ley presentadas por el diputado Agustín Castilla en la cámara de diputados a favor de brindar a los menores en los procesos de denuncia de abuso sexual infantil, así como la iniciativa para la creación de mecanismos de prevención en las escuelas.

Por otro lado aplaudimos su determinación en denunciar a los pederastas y cumplir con su obligación como representante popular al solicitar que se investigue la salida del penal de Succar kuri.

Ni un niño mas, juntos hacemos la diferencia. Cero tolerancia a los pederastas.

Abuso sexual infantil nunca mas.
Nunca mas Gritos sin voz.





Miguel Adame Vazquez
Creador de a.s.i nunca mas.
Presidente de cidetec a.c
Candidato al mérito cívico 2010.
Consejero de la fundación de la mano con la justicia a.c.
Fundador de la red hispanoamericana contra el abuso sexual infantil.
Colaborador del grupo de ayuda mutua para sobrevivientes de abuso sexual infantil.

lunes, 25 de abril de 2011

cyberbulling

Se ha insistido necesidad de que los padres y los profesores de los adolescentes estén "alertas" ante el "cyberbulling" -acoso a través de internet-.es muy importante.

El "cyberbulling", que ha aumentado en los últimos años, es el uso de las posibilidades que ofrece la tecnología digital para que un individuo o grupo las use de forma delibera y repetida para el acoso o amenaza hacia otra persona o grupo mediante el envío o publicación de contenidos en la red en cualquier formato, como texto, imagen, audio o vídeo.

Hay que reflexionar sobre el acoso a través de internet ente adolescentes, dado que plantea elementos distintos respecto el acoso o "bulling" en el mundo real.

La víctima del "cyberbulling" o "ciberacoso" en el ámbito de los adolescentes no suele contar lo que le ocurre, por lo que es "clave" e importante que los padres y profesores se muestren receptivos a escucharle y que perciba que tiene en ellos un interlocutor, ya que, en casi el 90% de los casos que se cuentan, la situación se soluciona y desaparece.

El anonimato que permite el uso de internet facilita que cualquiera sea el acosador, lo que no ocurre en el "bulling"; y en el "ciberacoso" es frecuente que los ciberacosadores sean jóvenes con buen comportamiento y buen expediente académico, unos "niños modelo"; mientras que en el acoso en el mundo real suelen ser los que peor se portan en clase.

El número de espectadores del acoso también es diferente, ya que en el mundo real sólo lo presencian los compañeros de las víctimas y de los agresores y en el mundo virtual, la audiencia aumenta de forma expotencial a través de la red, donde se difunde rápidamente.

"La víctima del 'bulling' puede encontrar un espacio físico a 'salvo' de sus agresores, pero el acoso digital es ubicuo porque en cualquier lugar o momento se puede sufrir el acoso a través de la red", .
El acoso digital entre adolescentes se suele plasmar, en la mayoría de los casos, en el envío de mensajes de amenaza, vulgares u ofensivos; en la difusión de acusaciones falsas y de información privada, en suplantar su identidad y en su expulsión de la red social para dejarla sin "amigos" al vetar su acceso a los perfiles de los demás.

Se ha insistido en que no es aconsejable que los adolescentes se incorporen a las redes sociales antes de la edad recomendada, fijada en los catorce años, ya que corren el riesgo de que "se queden sin infancia y quien no pasa por la infancia puede convertirse en un adulto infantilizado".
"Hay motivos educativos para evitar que nuestros hijos se incorporen a las redes sociales antes de los catorce años", entre otros, la posibilidad de acceder a relaciones sociales inadecuadas y a "cosas prohibidas" para su edad, de publicar información personal sensible y de ser más vulnerables a ataques personales.


sábado, 23 de abril de 2011

¿Cómo decirlo?

¿Cómo decirlo?

La gente no estaba en ningún lugar... Y estaba en todos los lugares a la vez.

Entiendo que puedo y debo sentirme culpable, pues no lo grite. Pues a su tiempo NO lo comunique a nadie.
Hace dos noches estuve llorando sin poder dormir, mi madre me estuvo cuestionando, le dije que "Algo me pasaba" me contestó: "No, no te pasa nada, duérmete" 

Y comenzó a decirme que preocupaciones eran las de ella, que ella sufría por todos, que ella se preocupaba por todos: Por mi padre, por mi hermana mayor, por mi otra hermana su bebe e incluso el esposo de mi hermana, por mi sobrina hija de mi hermana mayor y por mí.
Que ella se preocupaba por sus enfermedades, (mi madre es diabética y usa medicamento controlado) que se preocupaba por la falta de servicio médico de ella y de mi padre y también por lo económico.


Dice mi madre que su vida ha sido difícil. También me dijo que nosotros le hemos hecho "giras" el corazón. Que siempre la hemos "preocupado"



Y mientras mi madre me decía todo esto... Pues yo en silencio pensaba. ¿Cómo sería decirle? ¿Cómo decirle mi problema? ¿Por dónde empezar?
Yo solo la escuchaba, guardando silencio, mirando el techo y llorando... esto sucedió hace 2 noches en la recamara de mi madre.



Era de madrugada y... Yo no he podido dormir los últimos días, este insomnio no se ha ido desde que se abrió el "caño" de mi pasado!... No logro conciliar el sueño. De esto llevo ya más de 9 meses. Entre pesadillas y sobresaltos y recuerdos confundidos y miedos...



Por otra parte mi familia ha pensado que todos mis problemas giran en torno a mi ex-pareja "C"... 

Sentí coraje y  le dije: "Lo que llevo dentro no tiene que ver al 100% con C"... 
Mi madre dijo: "Pues eso es lo que ha pasado siempre" "siempre me has pegado por la espalda"
Pensé, pensé como decirle o ¿no decirle? llena de confusión de tristeza
El caso es que lo único que pude decirle fue que: "No sabía cómo decirle lo que me está pasando! Lo tengo atravesado en mi garganta. No sé por dónde empezar, pues ni siquiera aun lo "entiendo YO" dentro de mi cabeza ni siquiera lo asimilo. Quisiera asimilarlo YO misma para después podértelo decir a ti, madre, a mi familia"
Siento que para "contarlo" tengo que "hacerlo coherente" para ellos. Para mi familia. Para mi madre 

Siento que para "contar" mi historia tengo que hacerla como un "tipo cuento" comenzar con: ERASE UNA VEZ UNA NIÑA QUE VIVÍA EN UNA FAMILIA FUNCIONAL, CARIÑOSA, AMOROSA, CUIDADOSA DE SUS HIJAS... YO... LA "NIÑITA DE LA FAMILIA". YO... LA MENOR ME PASO UNA VEZ...  


Siento que para dar mi historia, tengo que hacerla para los demás como si se tratara de una historia de una película... con su inicio, su punto "álgido" y su desenlace o final... ¿Feliz?
Lloré... llore mucho.
Hablé con mi madre, le dije cosas "sin ton ni son"... A este momento ya ni recuerdo que fue lo que le dije. Me sentía muy triste Desesperada No sabía que decirle
Creo que la dañaría, yo no quiero dañar a nadie A nadie
Pero a este "punto" de mi vida No sé si "soportaría" que tras compartir "mi historia"... 10 billones de toneladas de cuestionamientos y juicios se derramaran sobre mí.

Ayer tuve una crisis, tuve la "oportunidad" de hablar COMO NUNCA HABÍA HABLADO con una "sobreviviente “por llamada telefónica 
Esta "sobreviviente" me dijo que ella lo comunicó a su familia, cuando ella era ya adulta. Y su familia NO LE CREYÓ.


Yo tengo 29 años. Ella me dijo que tiene 30. No la conozco, personalmente. Ella es amiga de "C"... Mi crisis fue estando con él... me puse muy mal y el no supo qué hacer más que llamarle a su amiga. Yo estaba deshecha en llanto, me puso el teléfono a la oreja. Me pidió que respirara, me habló En lo que llevo de mi "trayecto" nadie me había hablado de esa manera
Pienso que es una mujer valiente No sé si yo pueda llegar a serlo.
Yo no sé si pueda serlo. Me ofreció su amistad. Tengo miedo No sé qué decirle también a ella. 
Siempre tengo miedo de lo que pensaran los otros de mi.Como lo dijo en "nuestra conversación" mi madre, "Ay Tu Pero como Una mujer preparada Con tus estudios con tus capacidades Tu toda una psicóloga" 

Y YO...Siempre pensando que me juzgaran. 



Ella "sobreviviente" me ofreció su ayuda... Ella ya lo ha "superado" Ella fue abusada por 5 hombres distintos en su infancia Actualmente es madre de 2 niños (niña y niño) trabaja de recepcionista en un hotel.
Yo... A mí me ocurrió con un MALDITO-MALNACIDO-PUERCO-CRIMINAL... y en una ocasión él pidió ayuda a "alguien" que no sé quien fue... Para que me sujetara para "hacerlo mejor".



Y AHORA ME PREGUNTO:


¿Cómo puedo decirlo?
¿Cómo?
Si soy toda una profe-sionista ¿Cómo? Si, crecí en una familia amorosa, preocupada


Ellos dirán:

¿Cuando?, ¿Cuando sucedió? ¿Por qué no lo dijiste antes? ¿Porque hasta ahora? ¿Quien fue?
¿Quien te hizo eso? ¿Di su nombre? ¿Dónde? ¿Cuándo?
Como responder a todas estas preguntas! Si para algunas ni yo misma tengo "las respuestas claras"
¿Cómo decirlo?

LA TRAICIÓN FINAL LOS QUE MALTRATAN SEXUALMENTE (TERCERA PARTE)


NO PUEDO CASTIGARME BASTANTE

.
En el capítulo anterior vimos cómo las víctimas de malos tratos físicos vuelven su dolor y su rabia contra sí mismas o, en algunos casos, contra terceros. Las víctimas del incesto tienden a seguir las pautas, liberando su rabia reprimida y su frustración no resuelta de muy diversas maneras.
La depresión es una respuesta muy común a los conflictos incestuosos, y puede ir desde un sentimiento general de tristeza hasta una inmovilización casi total.
Un número exagerado cíe víctimas del incesto, en particular mujeres, descuidan totalmente su peso cuando son adultas. Para la víctima, un exceso de peso sirve a dos importantes propósitos: 1) se imagina que así conseguirá mantener a distancia a los hombres; y 2) la masa corporal le crea una falsa ilusión de fuerza y poder. Muchas víctimas se aterrorizan cuando empiezan a perder peso, porque eso las hace sentir nuevamente desvalidas y vulnerables.
También los dolores de cabeza recurrentes son comunes entre las víctimas del incesto. Estos dolores no son una mera manifestación física de la rabia y la angustia reprimida, sino también una forma de auto castigo.
Muchas víctimas del incesto se pierden en las brumas del abuso del alcohol y de otras drogas. Esto les permite amortiguar de forma temporal sus sentimientos de pérdida y de vacío. Sin embargo, demorar así el enfrentamiento con el verdadero problema no hace más que prolongar el sufrimiento de la víctima.
Gran número de víctimas del incesto buscan también castigarse por mediación del mundo, sin más. Auto sabotean sus relaciones, buscando el castigo proveniente de los seres que aman. También en el trabajo se auto sabotean, buscando el castigo de colegas o empleadores. Algunas cometen crímenes violentos, para recibir el castigo de la sociedad. Otras se hacen prostitutas, para conseguir el castigo de chulos y rufianes… o incluso de Dios.

ESTA VEZ LA COSA IRÁ MEJOR

Hay una desconcertante paradoja en el hecho de que, por más dolorosa que haya sido su vida, gran cantidad de víctimas del incesto siguen manteniendo la fusión con sus padres. De éstos vino el dolor, pero las víctimas siguen esperando que ellos mismos lo alivien. A las víctimas adultas del incesto se les hace muy difícil renunciar al mito de la familia feliz.
Una de las herencias más poderosas del incesto es esa búsqueda interminable de la llave mágica que abre la tapa del cofre del tesoro: el amor y la aprobación de los padres. Esta búsqueda es, en el ámbito emocional, como unas arenas movedizas que se tragan a la víctima, hundiéndola en un sueño imposible e impidiéndole llevar adelante su vida.
Así lo resumió Liz:
Yo sigo pensando que algún día ellos se me acercarán a decirme: «Creemos que eres maravillosa, y te amamos tal como eres». Aunque sé que mi padrastro es un violador de niños, y aunque mi madre haya optado por él en vez de protegerme..., es como si yo necesitara conseguir que ellos me perdonen.


EL MIEMBRO MÁS SANO DE LA FAMILIA

Muchas personas se escandalizan cuando digo que las víctimas de incesto con quienes he trabajado generalmente, el miembro más sano de sus respectivas familias. Después de todo, las víctimas suelen tener los síntomas —autor recriminación, depresión, comportamientos destructivos, problemas sexuales, intentos de suicidio, abusos de drogas— en tanto que con frecuencia, visto desde afuera, el resto de la familia parece sano.


A pesar de ello, la víctima es quien, en última instancia, acostumbra tener la visión más clara de la verdad. A ella la obligaron a sacrificarse para encubrir la locura y el estrés imperantes en el sistema familiar. Durante toda su vida fue la portadora del secreto de la familia. Vivió con un tremendo dolor emocional para proteger el mito de la «buena» familia. Pero debido a tanto dolor y a tanto conflicto, la víctima es generalmente la primera en buscar ayuda. Sus padres, por otra parte, casi siempre se niegan a abandonar sus negaciones y sus defensas. O sea que se niegan a enfrentar la realidad.
Con el tratamiento, la mayoría de las víctimas pueden reivindicar su dignidad y su poder. Reconocer un problema y buscar ayuda no sólo es signo de salud, sino también de valor.

Tomado de Padres que Odian [Toxica Parente] de Sisan Forward y Craig B

viernes, 22 de abril de 2011

LA TRAICIÓN FINAL LOS QUE MALTRATAN SEXUALMENTE (SEGUNDA PARTE)


       LOS CELOS IRRACIONALES:
       «TÚ ME PERTENECES»


El incesto establece entre la víctima y el agresor una fusión tan irracional e intensa, que con frecuencia, y particularmente en el incesto entre padre e hija, él se obsesiona con ella y siente unos celos insanos de los amigos y pretendientes. Es probable que llegue a golpearla o insultarla para hacerle
entender el mensaje de que ella no pertenece más que a un hombre, y ese hombrees papá.

Esta obsesión obstaculiza ferozmente las etapas evolutivas normales de la niñez y la adolescencia. En vez de ir independizándose poco a poco del control parental, la víctima del incesto se ve cada vez más ligada al agresor.

En el caso de Tracy, la niña sabía que los celos de su padre eran desaforados, pero no comprendía hasta qué punto eran crueles y degradantes porque los confundía con el amor. Es común que las víctimas del incesto confundan obsesión con amor, y esto no sólo altera drásticamente su capacidad de entender que las están convirtiendo en víctimas, sino que puede ser catastrófico para sus expectativas de alcanzar el amor en el curso de su vida.

La mayoría de los padres sienten cierta ansiedad cuando sus hijos empiezan a salir en pareja y a relacionarse íntimamente con personas que no son de la familia, pero la vivencia que tiene el padre incestuoso enfrentado con esta etapa evolutiva normal es la de una traición, un rechazo, una deslealtad e incluso un abandono. La reacción del padre de Tracy era típica: rabia, acusaciones y castigo:

El me espetaba levantado cuando yo salía con alguien, y cuando volvía a casa me aplicaba el tercer grado. Eran interrogatorios interminables: con quién salía, qué hacía con él, si le dejaba que me tocara, si le permitía que me metiera la lengua en la boca. Si llegaba a sorprenderme despidiéndome de un chico con un beso, salía de casa insultándome y lo hacía huir espantado.

Cuando el padre de Tracy le gritaba y la insultaba, estaba haciendo lo mismo que muchos padres incestuosos: quitarse de encima la maldad, la vileza y la culpa y proyectándoselas a ella. Pero otros agresores esclavizan a su víctima con ternura, y eso hace que al niño le resulte aún más difícil resolver el conflicto entre emociones tan contradictorias como el amor y la culpa.

«TÚ LO ERES TODO EN MI VIDA»

Doug, un hombre delgado y tenso de cuarenta y seis años, que trabajaba como maquinista, vino a verme debido a todo un abanico de dificultades sexuales que incluían una impotencia recurrente. Desde los siete años hasta el final de su adolescencia, había sido una víctima sexual de su madre.

Me acariciaba los genitales hasta provocarme el orgasmo, pero yo siempre creía que, al no llegar al coito, aquello no tenía importancia. Además, me obligaba a hacerle lo mismo. Me decía que yo lo era todo en su vida, y que ésa era su manera especial de demostrarme su amor por mí. Pero ahora, cada vez que intimo con una mujer, siento como si estuviera engañando a mi madre.
El enorme secreto que Doug compartía con su madre lo ligaba estrechamente a ella. Tal vez su comportamiento enfermo confundiera al hijo, pero el mensaje era claro: ella era la única mujer en su vida, un mensaje en muchos sentidos tan dañino como el propio incesto. Como resultado, cuando Doug intentaba separarse y tener relaciones adultas con otras mujeres, sus sentimientos de deslealtad y de culpa se cobraban un tributo terrible en términos de su bienestar emocional y de su sexualidad.

EL INTENTO DE OCULTAR EL VOLCÁN

La única manera en que muchas víctimas pueden sobrevivir a los precoces traumas del incesto es el encubrimiento psicológico, hundiendo esos recuerdos tan por debajo de la captación consciente, que a veces tardan muchos años en aflorar, si es que afloran.
Es frecuente que los recuerdos del incesto inunden inesperadamente la conciencia por obra de algún acontecimiento concreto. Algunos clientes me han hablado de recuerdos que se desencadenaron en virtud de sucesos tales como el nacimiento de un hijo, el matrimonio, la muerte de un miembro de la familia, el hecho de haber visto algo referente al incesto en publicaciones o en programas de televisión, e incluso porque un sueño les hizo revivir el trauma.

También es común que estos recuerdos afloren si la víctima sigue una terapia para superar otros problemas, pero aun así son muchos los que no quieren mencionar el incesto si no los mueve a ello el terapeuta.
Incluso cuando los recuerdos emergen, muchas víctimas sienten pánico e intentan volver a rechazarlos, negándose a darles crédito.

Una de las experiencias emocionales más dramáticas que he tenido como terapeuta fue con Julio, una doctora en bioquímica que formaba parte del personal de un importante centro de investigación en Los Ángeles. Julio vino a mi consulta tras haberme oído hablar del incesto en uno de mis programas de radio, y me contó que su hermano la había agredido sexual-mente desde los ocho hasta los quince años.
Siempre he tenido fantasías terribles: que me muero o me vuelvo loca y me internan. Últimamente he pasado la mayor parte del tiempo en cama, con la cabeza cubierta por las mantas Jamás salgo de casa si no es para ir al trabajo, y allí apenas rindo. Todos están sumamente preocupados por mí. Yo sé que mi comportamiento se relaciona con mi hermano, pero no puedo hablar de este tema, y siento como si me estuviera ahogando.
De aspecto muy frágil, Julio parecía al borde de I derrumbe. Tan pronto se reía histéricamente como estallaba en sollozos convulsivos. Casi no tenía control sobre las emociones que estaban abrumándola.



Mi hermano me violó por primera vez cuando yo tenía ocho años. Él contaba catorce, y era realmente fuerte para su edad. Después de aquello me forzaba por lo menos tres o cuatro veces por semana. El dolor era tan insoportable que yo casi perdía el conocimiento. Ahora me doy cuenta de que debe de haber estado bastante loco, porque me ataba y me torturaba con cuchillos, tijeras, hojas de afeitar, destornilladores o cualquier cosa que encontrara. La única manera que yo tenía de sobrevivir era imaginar que aquello le pasaba a otra persona.
Le pregunté dónde estaban sus padres mientras a ella la sometían a esos horrores.

Jamás les dije nada a mis padres de lo que me hacía Tommy, porque él me amenazó con matarme si lo hacía, y yo le creía. Papá era abogado y trabajaba dieciséis horas diarias, incluso los fines de semana, y mi madre, una adicta a las píldoras. Ninguno de los dos me protegió jamás. Las pocas horas que pasaba en casa, papá quería paz y tranquilidad, y esperaba que fuese yo quien me ocupara de mamá. Me parece como si toda mi niñez no hubiera sido más que un enorme dolor.
A Julio, gravemente dañada como estaba, la asustaba muchísimo la terapia, pero se armó de coraje para unirse a uno de mis grupos de víctimas del incesto. Durante varios meses trabajó con empeño para sanar de los sádicos abusos sexuales de su hermano. Su salud emocional mejoró notablemente durante ese tiempo, y ya no se sentía como si estuviera manteniendo un difícil equilibrio entre histeria y depresión. Sin embargo, pese a la mejoría, mi instinto me decía que aún faltaba algo, que todavía quedaba dentro de ella un foco de infección, algo oculto y oscuro.

Una noche. Julio llegó al grupo con aspecto muy alterado. Había tenido repentinamente un recuerdo que la asustó:
Hace un par de noches tuve un claro recuerdo de que mi madre me forzaba a mantener contactos sexuales orales con ella. Realmente, debo de estar volviéndome loca. Es probable que también haya imaginado todas aquellas cosas con mi hermano. Está claro que mi madre estaba todo el tiempo dopada, pero no es posible que me haya hecho una cosa así. Realmente estoy perdiendo el juicio, Susan. Tendrás que ingresarme en el hospital. 

_—Tesoro —le dije—, si tú imaginaste las experiencias con tu hermano, ¿cómo es que has mejorado tanto trabajando sobre ellas? —Como eso le pareció coherente, continué—: Fíjate que, generalmente, estas cosas no provienen de la imaginación de las personas. Si recuerdas ahora este incidente con tu madre, es porque eres más fuerte que antes, más capaz de enfrentarte con él ahora.

Le expliqué que su inconsciente se había mostrado muy protector con ella. Si hubiera recordado ese episodio mientras era tan frágil como cuando la conocí, podría haber sufrido un derrumbe emocional total. Pero gracias a su trabajo en el grupo, su mundo emocional' se estaba estabilizando. Ahora su inconsciente había dejado aflorar ese recuerdo reprimido porque Julie estaba en condiciones de enfrentarse con él.
Pocas son las personas que hablan del incesto entre madre e hija, pero yo he tratado por lo menos a una docena de víctimas de él. La motivación parece ser una deformación grotesca de la necesidad de ternura, contacto físico y afecto. Las madres capaces de violar de esa manera el vínculo normal de la maternidad suelen estar sumamente perturbadas, y con frecuencia son psicóticas. 
El esfuerzo de Julie por reprimir sus recuerdos lucio que la llevó al borde de una crisis nerviosa. Sin embargo, por dolorosos y perturbadores que fueran aquellos recuerdos, para Julie su liberación fue la clave de una recuperación progresiva.


UNA DOBLE VIDA

Es frecuente que los niños víctimas del incesto lleguen a ser habilísimos actores. Es tanto el terror, la confusión, la tristeza, la soledad y el aislamiento de su mundo interior, que muchos de ellos cultivan un falso «sí mismo», que les sirve para relacionarse con el mundo exterior y actuar como si las cosas fueran estupendas y normales. Tracy hablaba con notable penetración de ese «ser como si»;
Yo me sentía como si fuera dos personas dentro de un solo cuerpo. Frente a mis amigos era muy abierta y amistosa, pero tan pronto como estaba en nuestro apartamento, me convertía en una reclusa total. Solía tener unos accesos de llanto totalmente imparables. Me ponía enfermo todo contacto social con mi familia, porque tenía que fingir que todo era estupendo. No te haces una idea de lo difícil que resulta interpretar todo el tiempo esos dos papeles. A veces sentía que agotaba mis fuerzas.
También Dan se merecía un Oscar. He aquí su descripción:
¡Yo me sentía tan culpable por lo que me hacía mi padre por las noches! Me sentía realmente como un objeto; me aborrecía a mí mismo, pero representaba el papel de niño feliz y nadie en la familia se enteró. Después, repentinamente, dejé de soñar, e incluso dejé de llorar. Fingía ser un niño feliz. Era el payaso de la clase, y además tocaba bien el piano. Me encantaba recibir y atender a las visitas...; hacía cualquier cosa para gustar a la gente, pero por dentro sufría. Cuando llegué a los trece años ya me emborrachaba en secreto.
Al atender a otras personas, Dan podía alcanzar cierta sensación de aceptación y de logro. Pero como su verdadero ser interior estaba tan angustiado, apenas experimentaba auténtico placer. Éste es el coste de estar viviendo una mentira.

EL SOCIO SILENCIOSO

El agresor y la víctima se montan una buena actuación teatral para que su secreto no salga de la casa, pero cabe preguntarse qué pasa con el otro miembro de la pareja parental.
Cuando empecé a trabajar con adultos que habían sido víctimas de abusos sexuales en su niñez, me encontré con que muchas víctimas del incesto entre padre e hija parecían estar más furiosas con la madre que con el padre. Muchas de ellas se torturaban con la pregunta, con frecuencia imposible de responder, de si su madre sabía algo del incesto. Muchas estaban convencidas de que la madre debía de haber sabido algo, porque en algunos casos los signos de la agresión sexual clamaban por sí mismos. Otras estaban convencidas de que su madre tendría que haberlo sabido, tendría que haber descubierto los cambios en la conducta de su hija, tendría que haber percibido que algo anclaba mal, y tendría que haber manifestado mayor sensibilidad para lo que estaba pasando en la familia.

Tracy, que parecía imperturbable cuando describió cómo su padre, el vendedor de seguro, pasó de mirarla mientras ella se desvestía a acariciarle los genitales, lloró en varias ocasiones mientras hablaba de su madre:
Es como si yo estuviera siempre enojada con mi madre. Podía amarla y odiarla al mismo tiempo. Ahí está esa mujer que me veía siempre deprimida, llorando histéricamente en mi habitación, sin decir jamás una condenada palabra. ¿Podéis creer que a una madre en su sano juicio no le llame la atención ver que su hija se pasa todo el tiempo llorando? Yo no podía ir a decirle sin más lo que pasaba, pero tal vez si ella me hubiera preguntado... No lo sé. Quizá de todas maneras no hubiera podido decírselo. ¡Dios, cómo quisiera que ella hubiera descubierto lo que él me hacía!

Tracy expresaba un deseo que he oído formular miles de víctimas del incesto: que de alguna manera alguien, especialmente su madre, descubriese el incesto sin que la víctima tuviera que pasar por la angustia de contarlo.
Yo estaba de acuerdo con Tracy en que su madre era de una insensibilidad increíble ante la desdicha de su hija, pero eso no significaba necesariamente que tuviera conocimiento alguno de lo que estaba pasando.
Hay tres tipos de madres en las familias incestuosas: las que auténticamente no lo saben, las que quizá lo sepan, y las que efectivamente lo saben.

¿Es posible que una madre viva en una familia incestuosa y no lo sepa? Varias teorías sostienen que no, que cualquier madre percibiría de alguna manera el incesto en su familia. Yo no estoy de acuerdo; tengo la convicción de que algunas madres verdaderamente lo ignoran.

El segundo tipo de madre es la clásica «socia» silenciosa, que lleva anteojeras. Los indicios del incesto están ahí, pero ella prefiere no hacer caso de ellos, en un intento erróneo de protegerse y de proteger a su familia.
El tercer tipo es el más reprensible: la madre a quien sus hijos cuentan lo que les están haciendo, pero no intervienen para impedirlo. Cuando esto sucede, la víctima es doblemente traicionada.
(Cuando Liz tenía trece años, hizo un intento desesperado de hablar con su madre de las agresiones sexuales, cada vez más graves, de su padrastro:

Yo me sentía realmente atrapada. Pensé que si se lo decía a mi madre, por lo menos ella hablaría con él. ¡Qué va! Casi se deshizo en lágrimas, y me dijo... jamás olvidaré sus palabras: « ¿Porqué me cuentas eso, qué intentas hacerme? Llevo nueve años viviendo con tu padrastro, y me consta que sería incapaz de algo así. Es ministro del culto. Todo el mundo nos respeta. Tú debes de haber estado soñando. ¿Por qué te empeñas en arruinar mi vida? Dios te castigará». Yo no me lo podía creer. ¡Tanto que me había costado a mí decírselo, y ella se ponía en mi contra! Terminé consolándola.
Liz comenzó a llorar. La mantuve abrazada unos minutos mientras ella revivía el dolor y la pena provocados por la respuesta —demasiado típica— de su madre ante la verdad. La madre de Liz era la clásica «socia» silenciosa, pasiva, dependiente e infantil. Estaba intensamente preocupada por su propia supervivencia y por mantener intacta la familia. El resultado era que necesitaba negar cualquier cosa que amenazara la estabilidad familiar.
Muchas «socias» silenciosas también fueron víctimas cuando niñas, y como consecuencia de ello tienen una autoestima sumamente baja y es probable que estén volviendo a representar las luchas de su propia niñez. Por lo general, se sienten abrumadas ante cualquier conflicto que ponga en peligro el estatus quo, porque no quieren confrontar sus propios miedos y su dependencia. Como con frecuencia sucede, Liz terminó respaldando emocionalmente a su madre, aunque era ella quien más apoyo necesitaba.

Hay unas pocas madres que, efectivamente, empujan a sus hijas al incesto. Deberá, que era miembro del mismo grupo que Liz, contó una historia horrible:
La gente me dice que soy bonita, y yo sé que los hombres siempre me miran, pero me he pasado la mayor parte de mi vida creyendo que parezco el personaje de Alíen. Siempre me sentí como una babosa, como algo repugnante. Lo que me hacía mi padre ya era bastante malo, pero lo que realmente me dolía era lo de mi madre, que actuaba de intermediaria. Ella fijaba el momento y el lugar, y a veces hasta me sostenía la cabeza apoyada en la falda mientras él me violaba.

Yo le suplicaba continuamente que no me obligara a hacer eso, pero ella me decía: «por favor, tesoro, hazlo por mí. A él no le basta conmigo, y si tú no le das lo que quiere, se irá en busca de otra mujer, y entonces nos quedaremos en la calle».
Yo intento entender por qué hacía lo que hacía, pero también tengo dos hijos y aquello me parece la cosa más inconcebible que pueda hacer una madre.

Muchos psicólogos creen que las «socias» silenciosas transfieren a sus hijas su papel de esposa y madre. Ciertamente, esto era válido en el caso de la madre de Deberá, aunque resulta excepcional que la transferencia se haga tan abiertamente.
Según mi experiencia, la mayoría de las «socias» silenciosas no transfieren tanto el papel como abdican de su poder personal. Generalmente no empujan a sus hijas a reemplazarlas, sino que se dejan dominar por el agresor y permiten que éste domine a las hijas. Su miedo y su necesidad de dependencia son más poderosos que sus instintos maternales, de manera que las hijas quedan desprotegidas
.

EL LEGADO DEL INCESTO

Cualquier adulto que haya sido agredido sexualmente de niño, arrastra desde entonces profundos sentimientos de una inadaptación irremediable y se considera indigno y perverso. Por más diferentes que puedan parecer sus vidas a una mirada superficial, ludas las víctimas adultas del incesto comparten un legado de sentimientos trágicos: se sienten sucias, dañadas y diferentes. Estos tres sentimientos pesaban gravemente sobre la vida de Connie, que me explicó:
Yo solía tener la sensación de que iba a la escuela con un signo en la frente, que decía que era víctima del incesto. Y todavía pienso muchas veces que la gente puede mirarme por dentro, y que ve lo repugnante que soy. Yo no soy como otras personas, no soy normal.
Con los años, he escuchado descripciones de otras víctimas que se sentían «como el Hombre Elefante», «un ser del espacio exterior», «una fugada del manicomio» o «la hez de las heces del mundo».
El incesto es como una forma de cáncer psicológico. No es terminal, pero se impone el tratamiento, y a veces resulta doloroso. Connie estuvo durante más de veinte años sin tratarlo, y eso significó un tributo terrible en su vida, especialmente en el ámbito de las relaciones.

«YO NO SÉ QUÉ SE SIENTE EN UNA RELACIÓN DE AMOR»

Sus sentimientos de autor rechazo llevaron a Connie a una serie de relaciones degradantes con hombres. Como las características de su primera relación con un hombre (su padre) eran la traición y la explotación, en su mente el amor y el agravio estaban íntimamente unidos. Ya adulta, se sintió atraída por hombres que le permitían repetir el guión familiar. Una relación sana, en la que estuvieran en juego el amor y el respeto, le habría parecido anormal, no habría podido encajar con la visión que ella tenía de sí misma.
Cuando la mayoría de las víctimas del incesto llegan a adultas, tienen especiales dificultades en sus relaciones amorosas. Si por azar una víctima llega a encontrar una relación de amor, lo más habitual los fantasmas del pasado la contaminen, con frecuencia en el ámbito de la sexualidad.

DESPOJADA DE LA SEXUALIDAD

En el caso de Tracy, el trauma del incesto afectó gravemente a su matrimonio con un hombre cariñoso y bueno. He aquí lo que me contó:
Mi relación con David se está desmoronando. Es un hombre estupendo, pero no sé cuánto tiempo podrá soportar esto. Los contactos sexuales son terribles, como lo fueron siempre, y ya no quiero seguir pasando por todo eso. Me pone enferma que él me toque. Ojalá no existiera el sexo.
Es muy común que la víctima sienta repulsión ante la idea del contacto sexual; se trata de una reacción normal' ante el incesto. Todo lo sexual se convierte en un recordatorio indeleble del dolor y de la traición. La grabación interior comienza a repetirse mentalmente: «Esto es Mido, es malo... Cuando yo era pequeña hice cosas horribles... y si las repito ahora, volveré a sentirme mala».
Muchas víctimas cuentan que no son capaces de mantener un contacto sexual sin que les asalten los recuerdos. Cuando tratan de llegar a la intimidad con alguien a quien aman, reviven mentalmente, con cruel claridad, los traumas incestuosos originarios. Es frecuente que las adultas que han sido víctimas del incesto sientan la presencia de su agresor en la misma habitación. Estas imágenes retrospectivas hacen aflorar todos los sentimientos negativos que abrigan hacia sí mismas, y su sexualidad se extingue como un fuego bajo el agua.
Otras, como Connie, se valen de su sexualidad para auto denigrarse, porque han crecido creyendo que no son buenas para nada más que para eso. Aunque puedan haberse acostado con cientos de hombres en busca un poco de afecto, muchas siguen sintiendo repulsión hacia todo lo sexual.

« ¿POR QUÉ LAS SENSACIONES AGRADABLES ME HACEN SENTIR MAL?»

Aunque, de adulta, una víctima del incesto se las haya arreglado para tener una buena respuesta sexual y orgasmos normales (como les sucede a muchas), todavía puede seguir sintiéndose culpable por sus sensaciones sexuales, y que el placer se le haga difícil, cuando no imposible. La culpa puede hacer que las sensaciones agradables nos hagan sentir mal.
A diferencia de Tracy, Liz tenía una excelente respuesta sexual, pero no por eso la perseguían menos los fantasmas del pasado:

Yo tengo montones de orgasmos, y me encantan todas las formas de actividad sexual, pero cuando me siento realmente mal es después. Me deprimo muchísimo, y cuando todo acaba no quiero que me abracen ni que me toquen... Lo único que quiero es que el tío se aparte de mí, y, claro, él no lo entiende. Un par de veces, después de haber disfrutado especialmente, he tenido fantasías de suicidio.
Aunque experimentaba placer sexual, Liz seguid teniendo intensos sentimientos de rechazo de sí misma. Como consecuencia, necesitaba pagar el precio aquel placer, hasta el punto de visualizar el suicidio. Era como si al tener esos sentimientos y fantasías autodestrucción pudiera compensar un poco lo «pecaminoso» y «vergonzoso» de la excitación sexual.




Tomado de Padres que Odian [Toxica Parents] de Susan Forward y Craig Buck.


TRADUCCIÓN: CONY DIAZ.

LA TRAICIÓN FINAL LOS QUE MALTRATAN SEXUALMENTE (PRIMERA PARTE)

El incesto es quizá la más cruel y la más incomprensible de las experiencias humanas. Representa la traición de la confianza más básica entre el niño y el padre o la madre, y es emocionalmente devastador. Las pequeñas víctimas están en una situación de dependencia total de sus agresores, de modo que no tienen a dónde ir ni a quién recurrir. Los protectores se convierten en perseguidores, y la realidad, en una prisión llena de sucios secretos. El incesto traiciona el corazón mis¬ino de la niñez, su inocencia.

En los dos últimos capítulos nos hemos adentrado en algunas de las realidades más sombrías de las familias que estamos estudiando. Nos hemos encontrado ton padres que tienen una extraordinaria carencia de empatía y de compasión en su relación con sus hijos. I .os golpean con cualquier arma, desde críticas humillantes hasta cinturones de cuero, y siguen racionalizando los malos tratos al presentarlos como actos de disciplina o de educación. Pero ahora entramos en un ámbito del comportamiento tan perverso, que en él no fu posible racionalización alguna, y aquí debo dejar de lado todas las teorías estrictamente psicológicas: yo creo que la violación sexual de un hijo es un acto de inequívoca perversidad.

¿QUÉ ES EL INCESTO?


El incesto es difícil de definir porque entre las definiciones jurídicas y las psicológicas hay mundos de distancia. La definición jurídica del incesto es suma¬mente estrecha; por lo común, en los códigos de los países de habla inglesa se lo define como penetración sexual entre con sanguíneos. Así, millones de personas no se han dado cuenta de que han sido víctimas del incesto porque en el contacto no hubo penetración. Desde el punto de vista psicológico, el incesto abarca una gama mucho más amplia de comportamientos y relaciones, que incluyen el contacto físico con la boca, pechos, genitales, ano o cualquier otra parte corporal de un niño, cuando el objeto de dicho contacto es la excitación sexual del agresor. Y este último no tiene que ser necesariamente un con sanguíneo; puede si i cualquiera a quien el niño considere como miembro de la familia; así, un padrastro o un pariente político.
Hay otros tipos de comportamientos incestuosos sumamente dañinos aunque quizá no impliquen contacto físico alguno con el cuerpo del niño. Por ejemplo, si un agresor comete un acto de exhibicionismo o se masturba en presencia del niño, e incluso si lo persuade de posar para fotografías sexualmente insinuantes, está cometiendo una forma de incesto.
A nuestra definición de incesto debemos añadir para completarla, que el comportamiento tiene que mantenerse en secreto. Un padre que abra/a y I afectuosamente a su hijo no está haciendo algo que haya que mantener en secreto. De hecho, estas formas de contacto son esenciales para el bienestar emocional de un niño, pero si el padre acaricia los genitales de su hijo, o hace que el niño se los acaricie a él, eso sí debe ser secreto: se trata de una relación incestuosa.
Hay además varios comportamientos mucho más sutiles, que yo llamo incesto psicológico. Las víctimas de este último tal vez no hayan sido tocadas ni agredidas sexualmente, pero han tenido la vivencia de una invasión de su intimidad y su seguridad. Me refiero a actos de invasión como pueden serlo espiar a un niño mientras se viste o se baña, o dirigirte repetidos comentarios seductores o sexualmente explícitos. Aunque ninguno de estos comportamientos se ajuste a la definición literal del incesto, es frecuente que las víctimas se sientan vio¬ladas, y que sufran muchos de los síntomas psicológicos que presentan las víctimas de un incesto consumado.



LOS MITOS DEL INCESTO

Cuando inicié mis esfuerzos por movilizar la atención pública sobre las proporciones epidémicas del incesto, me encontré con una resistencia tremenda. En el incesto hay algo especialmente feo y repulsivo, y a muchas personas incluso les cuesta reconocer su existencia,
en los últimos diez años, la negación ha empezado a ceder ante una abrumadora cantidad de pruebas, y se ha llegado a analizar públicamente, aunque todavía no de manera franca y abierta, el tema del incesto. Pero persiste otro obstáculo: los mitos del incesto, que durante
mucho tiempo han sido artículos de fe, imposibles de cuestionar en nuestra conciencia colectiva. Pero en ellos no hay verdad ni jamás la hubo.
Mito: El incesto se reduce a casos excepcionales. 
Realidad: Todos los estudios y datos responsables, entre ellos los provenientes del Departamento de Servicios Humanos de los Estados Unidos, demuestran que, antes de los dieciocho años, por lo menos uno de cada diez niños sufre los avances sexuales de un miembro de la familia, en quien tiene confianza. Sólo a comienzos de la década de los ochenta se comenzó a advertir en los Estados Unidos hasta qué punto el incesto alcanza caracteres de epidemia. Antes de esa época, la mayoría de las personas creían que se producía en no más de una de cada cien mil familias.
Mito: El incesto sólo se da en las familias pobres y sin educación o en comunidades aisladas y sumidas en el atraso.
Realidad: El incesto es implacablemente democrático y se da en todos los niveles socioeconómicos. Puede ocurrir tan fácilmente en la familia del lector como en la aldea rural más aislada.

Mito: Quienes cometen este tipo de agresión son pervertidos sociales y sexuales.
Realidad: El agresor incestuoso típico puede ser cualquiera. No le caracteriza un denominador o perfil común. Estas personas suelen ser hombres y mujeres aparentemente «promedio»: trabajadores, respetables y religiosos. He visto entre estos agresores a funcionarios policiales, maestros, poderosos industriales, damas de sociedad, albañiles, médicos, alcohólicos y pastores protestantes. Los rasgos que todos ellos tienen en común son más bien psicológicos que sociales, culturales, raciales o económicos.
Mito: El incesto es una reacción a una situación de privación sexual.

Realidad: La mayoría de los agresores llevan una vida sexual activa en su matrimonio, y con frecuencia tienen también relaciones extra conyugales. Se orientan hacia los niños por la sensación de poder y control que ello les da o bien por el amor incondicional y no amenazante que sólo los niños pueden ofrecer. Aunque estas otras necesidades e impulsos acaben sexual izándose, es raro que la motivación sea la privación sexual.


Mito: Los niños, y en especial las niñas adolescentes, son seductores, y por lo menos parcialmente responsa¬bles de la agresión.
Realidad: La mayoría de los niños ponen a prueba sus sentimientos e impulsos sexuales, con ánimo exploratorio, con las personas por quienes sienten afecto. Las niñitas flirtean con el padre y los niñitos con la madre. Algunas adolescentes son francamente provocativas. Sin embargo, ejercer un control adecuado en tales situaciones y no llegar a una actuación de sus propios impulsos es siempre una responsabilidad que corresponde en un cien por ciento al adulto.

Mito: La mayoría de las historias de incesto no son verdad. Realmente son fantasías derivadas de la propia ansiedad sexual del niño.

Realidad: Este mito fue creado por Sigmund Freud y desde comienzos de siglo ha impregnado la enseñanza y el ejercicio de la psiquiatría. En su práctica psicoanalítica, Freud recibió tantos informes de incesto de Lis hijas de respetables familias vienesas de clase media, que, sin fundamento alguno, decidió que todos los casos no podían ser verdad. Para explicar su frecuencia, llegó a la conclusión de que los hechos sucedían principalmente en la imaginación de sus pacientes. El resultado del error de Freud es que a miles, o quizá a millones de víctimas del incesto se les ha negado, y en algunos casos se les sigue negando, la validación y el apoyo que necesitan, incluso cuando consiguen reunir el valor suficiente para buscar ayuda profesional.

Mio: Es más frecuente que los niños sufran la agresión de extraños que de alguien a quien conocen. 


Realidad: La mayoría de los crímenes sexuales cometidos contra niños son perpetrados por miembros de la familia, en quienes la víctima confía.



UNA FAMILIA TAN AGRADABLE…

Lo mismo que sucedía en el caso de los agresores físicos, la mayoría de las familias incestuosas parecen normales al resto del mundo. Incluso puede que los padres ocupen cargos importantes en la iglesia o en la comunidad, y que sean bien conocidos por sus riguro¬sos patrones morales. Es pasmosa la forma en que pue¬de cambiar la gente cuando está protegida por una puerta cerrada con llave.
Tracy, de treinta y ocho años, es una mujer esbelta, de pelo y ojos castaños, dueña de una pequeña librería en un suburbio de Los Ángeles, y provenía de una de ¬esas «familias normales».

Nos parecíamos a todo el mundo. Mi padre era vendedor de seguros y mi madre, secretaria ejecutiva. Todos los domingos íbamos a la iglesia, y salíamos e vacaciones todos los veranos. Realmente, la gente más normal e Rockwell…, salvo que cuando tenía más o menos diez años, mi padre empezó a tratar de rozarse contra mi cuerpo y oprimirme. Algo así como un año después, lo sorprendí espiándome mientras me vestía, a través de un agujero que había taladrado en la pared de mi dormitorio. Cuando empecé a desarrollarme solía acercárseme desde atrás para cogerme los pechos. Después empezó a ofrecerme dinero para que me acostara en el suelo sin ropa…, para que él me mirase. Yo me sentía realmente sucia, pero me daba miedo decirle que no. No quería avergonzarlo. Después, un día me llevó la mano hasta apoyársela sobre el pene. ¡Me asusté tanto…! Cuando empezó a acariciarme los genitales, como no sabía qué hacer, lo dejé hacerme lo que él quería.
A los ojos del mundo, el padre de Tracy era un típico padre de familia de clase media, y esa imagen aumentaba la confusión de la niña. La mayoría de las familias incestuosas mantienen durante años esa facha¬da de normalidad; a veces, durante toda la vida.
Liz, una rubia de ojos azules y aspecto atlético que trabaja en la edición de cintas de vídeo, constituye un ejemplo especialmente trágico de la escisión entre apa¬riencia externa y realidad:
Todo era como muy irreal. Mi padrastro era un ministro protestante muy popular, en una con¬gregación muy grande, y la gente que venía los domingos a la iglesia lo adoraba. Yo recuerdo haber estado sentada en la iglesia, escuchándole un sermón sobre el pecado mortal, y deseando poder gritar que aquel hombre era un hipócrita. ¡Quería levantarme para dar testimonio ante la iglesia entera de que aquel maravilloso hombre de Dios se estaba follando a su hijastra de trece años!
Liz, lo mismo que Tracy, provenía de una familia que en apariencia era un modelo. Sus vecinos se ha¬brían quedado atónitos si hubieran sabido lo que estaba haciendo su pastor. Pero no era excepcional el hecho de que aquel hombre tuviera ascendente moral y autoridad, y de que confiaran en él. Una carrera prestigiosa o un título universitario no sirven para nada cuando se trata de controlar impulsos incestuosos.

¿CÓMO ES POSIBLE QUE HAYA SUCEDIDO ESTO?

Abundan las teorías contradictorias sobre el clima familiar y el rol que les cabe a los demás miembros de la familia. Según mi experiencia, sin embargo, hay un factor que nunca falta: el incesto no se produce jamás en las familias abiertas y comunicativas, donde el amor se da sin restricciones.
Aparece, en cambio, en aquellas en donde hay mucho aislamiento emocional, secretos, necesidad afectiva, estrés y falta de respeto. En muchos sentidos, se puede considerar que el incesto es parte de un derrum-be total de la familia, pero quien comete la violencia sexual es el agresor, y solamente el agresor. Tracy des¬cribió la situación en su casa.
Jamás hablábamos de cómo me sentía yo. Si algo me molestaba, me limitaba a tragármelo. Recuerdo que, de pequeña, mamá me tenía en brazos y me mecía, pero jamás vi que a mi madre y a mi padre les uniera ningún afecto. Hacíamos cosas juntos, como una familia, pero no existía verdadera intimidad. Creo que eso era lo que bus¬caba mi padre. A veces me preguntaba si podía besarme, y yo le decía que no quería. Entonces me lo rogaba y me decía que no me haría daño, que solamente quería estar cerca de mí.
A Tracy no se le había ocurrido que, si el padre se sentía solo y frustrado, tenía otras alternativas aparte de molestar a su hija. Como muchos agresores, el padre de Tracy buscaba la solución dentro de la familia, en su hija, en un intento de compensar las frustraciones que experimentaba. Esta forma desviada de usar a un niño para atender a las necesidades emocionales de un adulto puede llegar a fácilmente a sexualizarse si el adulto no es capaz de controlar sus impulsos.

LOS MÚLTIPLES ROSTROS DE LA COERCIÓN

Es tremenda la importancia de la coerción psicológica en la relación padre/madre-hijo. El padre De Tracy no necesitaba forzar a su hija para tener acceso a una relación sexual con ella.
Yo habría hecho cualquier cosa para hacerlo feliz. Me sentía aterrorizada cuando me hacía todo aquello, pero por lo menos nunca se puso violento conmigo.
Las víctimas como Tracy, que no se han visto some¬tidas a coerción física, suelen subestimar el daño que han sufrido porque no se dan cuenta de que la violencia emocional es tan destructiva como la física. Los niños son afectuosos y confiados por naturaleza; es decir, blancos fáciles para un adulto apurado e irresponsable. La vulnerabilidad emocional de un niño es, por lo ge¬neral, el único recurso de que necesitan echar mano algunos agresores incestuosos.
Otros refuerzan su ventaja psicológica con amenazas de daño corporal, humillación pública o abandono. Una de mis clientas tenía siete años cuando su padre le dijo que la daría en adopción si no se avenía a sus de¬mandas sexuales. Para una niña pequeña, la amenaza de no volver a ver su familia ni a sus amigos fue lo suficientemente aterradora como para persuadirla a hacer cualquier cosa.
Los agresores incestuosos también se valen de amenazas para asegurarse el silencio de sus víctimas. Entre las más comunes se cuentan:

• «Si lo cuentas, te mataré.»
• «Si lo cuentas, te azotaré.»
• «Si lo cuentas, mamá se pondrá enferma.»
• «Si lo cuentas, la gente pensará que estás loca.»
• «Aunque lo cuentes, nadie va a creerte.»
• «Si lo cuentas, mamá se pondrá furiosa con nosotros.»
• «Si lo cuentas, ya no te querré nunca más en la vida.»
• «Si lo cuentas, a mí me meterán en la cárcel y no habrá nadie que pueda mantener a la familia.»
Este tipo de amenazas constituyen un chantaje emocional que saca partido de la vulnerabilidad y el miedo condicionados por la inocencia de la víctima.

Además de las coerciones psicológicas, muchos agresores recurren a la violencia física para obligar a sus hijos a someterse al incesto. Aparte el abuso sexual, es raro que las víctimas del incesto sean niños favoreci¬dos. Quizá unos pocos reciban dinero o regalos o un trato especial como parte de la coerción, pero la mayo¬ría son objeto no sólo de malos tratos emocionales, sino con frecuencia también físicos.
Liz recuerda lo que sucedió cuando intentó resistir¬se a su padrastro, el ministro protestante:


Cuando estaba a punto de terminar la escue¬la primaria, me sentí valiente y le dije que había decidido que él tenía que dejar cíe venir a mi habitación por las noches. Se puso furioso y empezó a estrangularme, y después empezó .1 vociferar que Dios no quería que yo tomara ñus propias decisiones. El Señor quería que él decidiera por mí, como si Dios realmente quisiera que él tuviera relaciones sexuales conmigo o algo así. Para cuando dejé) cíe apretarme el cuello, yo apenas podía respirar, y estaba tan asustada que dejé que me hiciera tocio lo que quiso.

POR QUÉ NO HABLAN LOS NIÑOS

El noventa por ciento de las víctimas de incesto jamás le dicen a nadie lo que les ha sucedido, lo que les está sucediendo. Permanecen en silencio no sólo porque que tienen miedo de que les hagan daño, sino en buena medida porque temen que la familia se desintegre si ellos denuncian el comportamiento de uno de los progenitores. El incesto puede ser aterrador, pero peor es la idea de ser responsable de la destrucción de la familia. La lealtad familiar constituye una fuerza increíblemente poderosa en la vida de la mayoría de los niños por más corrompida que pueda estar la familia
Connie, una dinámica pelirroja de treinta y seis años, encargada de la sección de créditos de un gran banco, fue la clásica hija leal, cuyo miedo de hacer daño a su padre y perder el amor de él era más poderoso que cualquier deseo de pedir ayuda para sí misma.
Retrospectivamente, veo que él hacía de mí lo que quería. Me dijo que si yo decía algo de lo que hacíamos se acabaría la familia, que mi madre lo echaría y yo me quedaría sin papá, que me darían en adopción y todos en la familia me odiarían.
En los raros casos en que el incesto se descubre, es muy frecuente que la unidad cíe la familia se haga trizas. Sea por el divorcio u otros procedimientos lega¬les que apartan al menor del hogar, o por el intenso estrés que provoca la hostilidad pública, muchas familias no logran sobrevivir a este descubrimiento. Pero, aunque la desintegración de la familia bien puede favorecer el mejor interés del niño, éste se siente invariablemente responsable de tal destrucción, lo cual suma un peso enorme a una carga emocional ya de suyo abrumadora.


LA FALTA DE CREDIBILIDAD

Los niños que son víctimas de abusos sexuales se dan cuenta precozmente de que su credibilidad no es nada en comparación con la de sus agresores. No importa que el padre o la madre sea alcohólico, desempleado crónico o propenso a la violencia; en nuestra sociedad un adulto es casi siempre más creíble que un niño. Y si el progenitor ha alcanzado cierta medida de éxito en la vida, esta brecha en la credibilidad se convierte en abismo.
Dan es un ingeniero aeroespacial de cuarenta y cinco años, que desde los cinco hasta que se fue de casa para ingresar en la universidad fue víctima de los abusos sexuales del padre:
Desde pequeño, supe que jamás podría contar a nadie lo que me hacía mi padre. A mi madre él la tenía totalmente dominada, y yo estaba seguro de que no me creería ni en un millón de años. Era un importante hombre de negocios y conocía a toda la gente que había que conocer. Imagínese usted que yo tratara de con¬seguir que alguien creyera que casi todas las noches aquel monstruo sagrado se llevaba a su hijo de seis años al cuarto de baño para que se la chupara. ¿Quién iba a creerme? Todos habrían pensado que yo estaba tratando de crear proble¬mas a mi padre o algo así. No podría ganar nada con eso.
Dan se encontraba en una trampa terrible. No sólo era una víctima sexual, sino que lo era del progenitor de su mismo sexo, y eso no sólo aumentaba su vergüenza, sino su convicción de que nadie le creería.
El incesto entre padre e hijo es mucho más común de lo que cree la mayoría de la gente. Por lo general, lo perpetran padres que parecen heterosexuales, pero que probablemente tienen fuertes impulsos homosexuales y, en vez de admitir sus verdaderos sentimientos, intentan reprimir su homosexualidad casándose y teniendo hijos. Al no canalizar su verdadera preferencia sexual, sus impulsos reprimidos siguen creciendo hasta que terminan por derribar sus defensas.
Las agresiones sexuales del padre de Dan se iniciaron hace cuarenta años, cuando tanto el incesto como la homosexualidad estaban siniestramente envueltos ¬en mitos e ideas erróneas. Como la mayoría de las víctimas del incesto, Dan percibía la inutilidad desesperada del intento de buscar ayuda, porque parecía ridículo que un hombre de la posición social de su padre pudiera cometer semejante crimen. Por más daño que estén haciendo a sus hijos, los padres tienen el monopolio del poder y de la credibilidad.



«¡ME SIENTO TAN SUCIO!»

No hay vergüenza como la que padece la vícti¬ma del incesto. Hasta las víctimas más jóvenes saben que el incesto debe mantenerse en secreto. No importa que les digan o no que guarden silencio; los niños per¬ciben el carácter prohibido y vergonzoso de la acción en el comportamiento del agresor. Aun cuando sean demasiado pequeños para entender la sexualidad, saben que los están violando y se sienten sucios.
También las víctimas del incesto interiorizan la culpa, lo mismo que los niños que son objeto de agre¬siones verbales y físicas, pero en el incesto a la culpa se le suma la vergüenza. La convicción de que «todo es culpa mía» jamás es más intensa que en la víctima del incesto, y esta creencia alimenta fuertes sentimientos de autoaborrecimiento y vergüenza. Además de tener que hacer frente como mejor pueda al hecho real del incesto, la víctima debe cuidarse de que no la descubran y la denuncien como una persona «sucia y repugnante».
A Liz le aterraba la posibilidad de que la descubrieran.
Aunque sólo tenía diez años, me sentía la peor de las prostitutas. Realmente habría queri¬do denunciar a mi padrastro, pero tenía miedo de que todos, incluida mi madre, me odiaran si lo hacía. Sabía que todo el mundo pensaría que era mala, y aunque en realidad yo misma me despreciaba, no podía soportar la idea de que se me considerara culpable. Por eso me lo tragaba todo.

Para quien lo ve desde fuera, es difícil entender porque una niña de diez años a quien su padrastro obliga a mantener relaciones sexuales con él puede sentirse culpable. La respuesta, naturalmente, está en la renuncia de la niña a aceptar la maldad en alguien en quien ella confía. Alguien ha de tener la culpa de esos actos ver¬gonzosos, humillantes y aterradores, y como no puede ser el padre, tiene que ser la propia niña.
Los sentimientos de ser malo y responsable y de estar sucio, crean en las víctimas del incesto un tre¬mendo aislamiento psicológico. Se trata de niños que se sienten totalmente solos, tanto en el seno de la fami¬lia como en el mundo exterior. Les parece que nadie creerá su horrible secreto, y sin embargo ese secreto oscurece su vida hasta el punto de que, con frecuencia, les impide incluso tener amigos. A su vez, es probable que su mismo aislamiento los fuerce a refugiarse en el agresor, a menudo la fuente de las únicas atenciones que reciben, por más perversas que sean.
Si la víctima obtiene algún placer del incesto, sólo sirve para intensificar su vergüenza. Algunos adultos que han sido víctimas de él recuerdan haberse excitado sexualmente, pese a la confusión o a la vergüenza que les provocaban aquellos episodios, y para ellos es incluso más difícil desprenderse más adelante de su sentimiento de responsabilidad. Tracy incluso tenía orgasmos:

Yo sabía que aquello estaba mal, pero la sensación era grata. Aunque él fuera un verdadero hijo de puta por hacérmelo, yo soy tan culpable como él porque me gustaba.
Aunque había oído otras veces la misma historia me partió el corazón, y le dije lo que había dicho antes a otras personas:
No hay nada malo en que el estímulo te gustara. Tu cuerpo está biológicamente programado para que te agraden esas sensaciones. Pero el hecho de que tú experimentaras placer no le eximía a él en lo más mínimo de su responsabilidad, ni significa que tú fueras culpable: seguías siendo su víctima. Controlarse era responsabilidad de él, en cuanto a adulto, con independencia de lo que sintieras tú.
Hay otra culpa que, típicamente, se atribuyen mu¬chas víctimas del incesto: separar al padre de la madre. Cuando el incesto se ha dado entre padre e hija, las víctimas suelen reconocer que se sintieron como «la otra», y naturalmente eso hace que incluso les resulte más difícil buscar ayuda en su madre, la única persona a quien podrían haber recurrido. En cambio, la sensa¬ción de estar traicionando a mamá era un nuevo motivo de culpa.



Tomado de Padres que Odian [Toxica Parents] de Susan Forward y Craig Buck.

traducción: CONY DIAZ.